miércoles, 26 de octubre de 2011

Nadie maneja su propia vida.

Llevo 18 años soñando con la boda de mi hija y siempre me había imaginado un lugar así; un lugar apartado en el campo, en una ermita con olor a sacristía y azahar; con muy pocos invitados, los íntimos de nuestra vida. Mariano bailando pasodobles y perdiendo el control. Imaginaba a mi padre con un par de copas de más repartiendo abrazos, a Paco emocionado, con la mirada fija, los ojillos brillantes y aguantando el tipo. Y al novio, que parece que no va a llegar nunca a la boda, pero que terminará esperando como todos en el altar, con miedo de que no llegue la novia.
Llevo 18 años soñando con su boda, y dicen que cuando sueñas con una boda significa que se acerca un tiempo de prosperidad, pero yo nunca he creido en los refranes.
Las bodas son alegría, color, porvenir...lo que nadie se puede imaginar nunca de una boda es que sea peligrosa, y mucho menos la de tu hija.
Me hubiera gustado ver a Sara bailar el vals de después del banquete, bailar con Lucas y después con su padre como cuando era niña y se le subía en los zapatos en las fiestas del pueblo, y hacia como que volaba.
Dicen que un yerno nunca es todo lo perfecto que una madre desearía, y Lucas tampoco lo es. No vendrá a comer los domingos, ni se acordara de felicitarme en mi santo, pero siempre he sabido que cuidara de Sara como si se jugase la vida en ello, pero lo malo es que Lucas se juega demasiadas veces la vida y la moneda no siempre cae del mismo lado.
Mi madre decía que el matrimonio es un salto al vacío y que, para que todo funcione bien después de la luna de miel, hay que tener siempre los pies en el suelo. Pero creo que ahora nadie valora tener los pies en el suelo, ahora se vive pensando en el momento y eso da mucho mas vértigo.

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